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ANTONIO MATEO CATALE

El estadio del Club Atlético El Nacional forma parte de la fisonomía histórica de la ciudad de Tres Arroyos. Es que ese "Templo" enclavado en la intersección de la avenida Belgrano y la Ruta 228, hace ya nueve décadas, ha sido escenario de grandes eventos futbolísticos y testigo directo de miles y miles de jugadores, desde aquellos pequeños que inician sus sueños junto con la redonda hasta el mejor exponente que haya dado la historia del fútbol.

 

UN POCO DE HISTORIA

Allá por 1927 el club transitaba sus jóvenes 12 años de vida. El fútbol era la principal actividad y los entusiastas socios fundadores tuvieron la oportunidad de adquirir un predio para poder desarrollar la práctica del fútbol. Ese grupo de personas que dieron vida a la nueva cancha, seguramente, no imaginaban que estaban dando inicio a un lugar, que con el correr de los años, se convertiría en un mito viviente para todos los nacionalófilos.

Un año más tarde se fundó la Liga Tresarroyense de fútbol y ese predio era utilizado por el entonces "Nacional" para recibir como local a los demás clubes. Ahí mismo también, El Decano gritó campeón por un lustro seguido, quedándose con la famosa "Quíntuple Corona", como se la conoce a la seguidilla de títulos oficiales de Liga que logró el club a lo largo de los años 1929-1933. 

En cuanto a obras, la década del 50 fue fundamental. En esos años se construyeron las tribunas oficiales, luego la de Belgrano y finalmente la cabecera de Ruta 228. En 1954, El Nacional era un innovador. Muy pocos estadios en el interior de la provincia de Buenos Aires tenían iluminación artificial. A través de un trabajo a destajo de la dirigencia comandada por Antonio Mateo Catale, se colocaron las torres y se hizo la luz.

Para conmemorar tal acontecimiento, el 4 de diciembre de ese año, El Nacional disputó un amistoso con Platense de Vicente López. El resultado fue favorable al Calamar, pero era solo una anécdota teniendo en cuanta la magnífica obra.

 

FINAL ARGENTINA

Pasaban los años, y el estadio aurinegro era cita obligada para encuentro que jugaba El Nacional pero también para partidos trascendentes de clubes de la ciudad. La ubicación, la capacidad, comodidad y la iluminación eran características que lo hacían escenario ineludible de partidos decisivos.

Tal es así que nuestra querida cancha fue sede en enero de 1960 de una final de Campeonato Argentino. El Quequén de Oriente, que representaba a la Liga local, disputó un extraordinario torneo de campeones y llegó a la final. Su rival fue Atlético Tucumán. Según testigos de la época, muy pocas manifestaciones deportivas habían aglutinado tanta gente en la ciudad. El resultado favoreció a los tucumanos luego de una infartante definición por penales. Una vez más, el reducto de avenida Belgrano y Ruta 228 era escenario de un hito histórico.

EL MÍTICO ANTONIO MATEO CATALE

En noviembre de 1981 se produce un simple acto pero que toca muy de cerca los sentimientos de los hinchas del Decano. La Comisión Directiva de entonces, en un acto de suma justicia, impone el nombre de Antonio Mateo Catale a ese reducto que ya había sido escenario de tanta historia aurinegra y se homenajeaba a un hombre que dio todo por el estadio y por el club.

Ese estadio, también, fue escenario de los populares y clásicos comerciales nocturnos que congregaban muchas familias.

UNA NOCHE DE FEBRERO

Después de haber abrazado a grandes equipos aurinegros con enormes jugadores, con días y noches de lagrimas de emoción y tristeza, la historia tenía reservada un lugar emblemático para un lugar mítico. En febrero de 1992, Diego Armando Maradona, que vacacionaba por la zona, decidió junto a allegados y amigos jugar un partido a beneficio. El lugar elegido fue ni más ni menos que Antonio Mateo Catale. Sí, D10S conocía el Templo. El estadio se vistió de gala, las gradas (y hasta las torres de iluminación) estaban colmadas de grandes y chicos, varones y mujeres que querían ver en acción, en vivo y en directo al astro del fútbol mundial. Qué mejor escenario para tamaña obra de arte.

 

SEGUNDA CASA

Con el correr de los años, el Catale vio pasar campeonatos del club y grandes jugadores. Después de aquel lustro gloriosos de principios de siglo, cinco estrellas más se colgaron ese mágico lugar.  Cada rincón guarda una historia. Cada alambre impregna sentido de pertenencia. Es indudable que para todos aquellos que llevamos al Decano en el corazón, cuando pasamos el umbral de los portones sentimos un cosquilleo diferente en el estómago. No importa si vamos a jugar o alentar, si la cita es una final, un amistoso o un entrenamiento, pero en el Catale se respira historia, pertenencia, recuerdos y emoción. Mucha emoción. Es esa segunda casa a la que queremos ir siempre, con sol o con lluvia. Es ese lugar donde los problemas cotidianos pasan a segundo plano y donde el corazón se antepone a la razón.

Escrito por Emiliano Sofía

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